Un siglo después del hundimiento del Titanic, desafortunada tragedia marítima en la que cientos de personas perecieron ahogadas y/o congeladas en el Atlántico; parece que la dura lección no fue aprendida. Recordemos que dicha embarcación antes de emprender su travesía fue catalogada como inhundible, “Ni Dios podría hundirla” dirían algunos, ya todos sabemos que solo un iceberg fue suficiente para hundir el ego humano. Y es justamente una característica humana, mitificar y catalogar como divino, eterno, invencible a innumerables estructuras, armadas, gobiernos, entre muchos otros.
Sin embargo una gran cantidad de factores, celestiales para unos y más terrenales para otros, este “Efecto Titanic” siempre aparece; dando una amarga cucharada de humildad a quienes pretendieron ufanarse de cierta divinidad. Momentos claves de la historia de la humanidad están impregnados de exceso de confianza y egolatría desbordada, las cuales siempre han desembocado en derramamientos de sangre, conquistas y revoluciones.
El “Efecto Titanic”, es muy común en el mundo del fútbol. Desde técnicos que se creen dueños de la verdad y terminan descendiendo; jugadores que levitan en la cancha y terminan tropezando con el balón; y por ultimo están los equipos catalogados como invencibles y que terminan descuadrando cualquier quiniela.
Casos históricos tenemos varios para recordar. El más sonado ocurrió en pleno mundial de fútbol de 1950, el famoso Maracanazo. Esa edición del evento se decidía por un cuadrangular final entre la súper favorita Brasil, acompañados por el complicado Uruguay y los europeos España y Suecia. Llegaron a la última fecha con opción a título los dos sudamericanos. Brasil con solo un empate se coronaba campeón, mientras que a los uruguayos solo una victoria que parecía imposible los haría ganar el torneo. Contra todo pronóstico se hundió el Titanic gracias a un iceberg charrua que congelo literalmente a una nación que ya estaba celebrando con antelación un triunfo.
Hungría en 1954, Holanda en 1974 y Brasil nuevamente en 1998, tuvieron la desdicha de colisionar estrepitosamente en la final de una copa mundo. Sin mencionar estrellones de otros favoritos en rondas previas (al estilo de Francia en 2002 o Colombia en 1994). Esto evidencia otra característica humana, el no aprender de los errores. Quien no conoce el pasado está condenado a repetirlo.
Tanto así que en esta temporada el Efecto Titanic apareció en varios acontecimientos futbolísticos. El caso local, fue el de la sorpresiva y desastrosa campaña de Atlético Nacional; equipo que realizó una importante inversión comprando una extensa nómina, con jugadores que eran figuras en los equipos de los cuales fueron transferidos. Su inicio fue esperanzador; ganaban, gustaban y goleaban. Pero aquí el ego, ese exceso de confianza impregnó el comportamiento verde y la tragedia no se hizo esperar. Derrotas humillantes de local, rumores de indisciplina y rebeldía, una mezcla que causo la salida del técnico y la eliminación en Liga Colombiana y en Copa Libertadores. Fracaso.
En el ámbito internacional el reflejo de este efecto se vio por partida doble. Cuando muchos esperábamos una final entre Real Madrid y Barcelona en UEFA Champions League, los dos titanes de Europa de forma sorpresiva fueron eliminados por Bayern Munich y Chelsea respectivamente. La prensa y los aficionados alimentaron la bestia del ego y condimentaron la rivalidad histórica de estos clubes; cada uno de ellos se creyó el verso de ser el mejor equipo del mundo y en vez de preparar sus encuentros, tenían en la mente una posible final contra el rival eterno.
Los dos se consideraron invencibles, de hecho en la primera parte del partido de vuelta ambos tenían el cupo en el bolsillo. Pero alemanes e ingleses, aprovecharon el exceso de confianza de su rival; ese exceso que te hace jugar a media maquina y te hace ignorar tus errores haciéndolos a la vez evidentes al contrincante. Madridistas y Catalanes, como muchos otros lo han hecho en el transcurso de la historia del futbol, compraron boletos y abordaron el Titanic; se hundieron en la cancha después de colisionar con el iceberg del ego, con esa que les muestra la fría realidad. La que te dice que no existen equipos invencibles y que los partidos hay que jugarlos.
Escrito por: Rubén Casas
@rubenchocasas
Pequeña pero sustancial analogía de las derrotas inesperadas. Pasa mucho en esto del fútbol, muchas veces me han alegrado otras no tanto, igual siempre será mejor esperar el pitazo final para celebrar y opinar.
ResponderEliminarPropongo un tema: Sin pena ni gloria. Jugadores "grandes" con regulares actuaciones. A nivel mundial, miles, a nivel local, infinitos.
Las derrotas derivadas de un complejo de superioridad. Uno no debe creerse demasiado el cuento por que se estrella. Y gracias por la sugerencia. Un abrazo.
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